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1693 Suma de la Teologia moral - Navarra - Capuchinos - proposiciones condenadas

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Abteilung: Antiquarische Bücher über Religion


Beschreibung

Jaime de Corella (1657-1699)
Suma de la Teologia moral : su materia, los tratados principales de los casos de conciencia : su forma, unas conferencias practicas : segunda parte ... autor ... Fr. Jayme de Corella ... de Capuchinos.

En Madrid : por Antonio Roman : a costa de los Herederos de Gabriel de Leon, 1693.

[28], 578 pag. ; 4º. señal de polilla. Falto de portada y primeras paginas.

Jaime de Corella. Corella (Navarra), 1657 – Los Arcos (Navarra), 4.IX.1699. Capuchino (OFMCap.), predicador, teólogo moralista.

Entre los breves datos biográficos que se refieren de él, se dice que “ex honestis familias”. Este detalle viene corroborado por su ingreso en los capuchinos, que lo hizo en compañía de su hermano Manuel, en el convento noviciado de Cintruénigo el 22 de enero de 1673, cuando contaba dieciséis años. Hizo su profesión religiosa un año más tarde. Concluido este primer período de acceso a la vida religiosa, Jaime pasó al “seminario de nuevos” de Tafalla, que tenía como fin la profundización en la vida espiritual, propia de los capuchinos de aquella época. En octubre de 1675 comenzó su formación filosófico-teológica conducente a la ordenación sacerdotal. Estos años de su formación intelectual debieron de ser fundamentales para su tarea posterior como escritor de teología moral, aunque no es posible precisar el lugar donde recibió esta formación, que debió de ser entre Pamplona y Tudela, aunque sí se sabe que tuvo como lector de Teología al Félix de Tudela. Su septenio de formación concluyó de manera brillante en 1682. Así, en un informe enviado años más tarde por un provincial contemporáneo suyo a Roma, indicaba que Jaime estaba dotado de una gran claridad y un talento profundo y rápido, amén de ciertas dotes que hablaban del predicador que luego conocieron sus contemporáneos.

Aunque sin una concreción exacta, el padre Jaime se ordenó hacia finales de aquel año 1682, con lo que su vida dio un paso adelante. Al año siguiente debió de comenzar su etapa de profesorado y, posteriormente, de lectorado. De esta breve etapa de su vida, resalta la importancia que daba al método para asumir la formación necesaria para posteriores ministerios. De esta manera, proponía el siguiente método: “Importa para saber, observar método en el estudiar. Lo primero que ningún día se pase sin estudiar algo. Nec die sine linea, porque la continuación es la que asegura las especies”.

De esta manera comienza a sobresalir algo que será característica propia suya, un talante eminentemente práctico. Pero esta etapa de docencia debió de ser bastante corta, ya que en sus mismas obras aparece ya con posterioridad a 1685 como exlector, por lo que esta etapa duraría sólo dos años largos.

Unido a la corta etapa de docencia, en la que comenzó ya su tarea como escritor, dio sus primeros pasos en la predicación, en la que pronto sobresalió por el aprecio popular y determinó todo su hacer. Su obtención del título de predicador debió de ser inmediatamente después de concluir sus estudios, ya que en la licencia que escribió su provincial para la publicación de su Práctica del confesonario, con fecha del 13 de abril de 1685, ya consta su condición de “predicador apostólico”, título que tenía que ser concedido por el mismo ministro general.

La tarea de la predicación popular, determinada especialmente por las misiones populares, en el caso del padre Jaime, al igual que sus hermanos de hábito, iba acompañada de la confesión, por lo que después de la predicación pasaba largas horas en el confesionario.

Así lo atestiguó él en el prólogo de su Práctica: “Había aplicado no vulgar cuidado en observar las cosas y casos que la prolija experiencia y largas tareas del confesionario me han administrado [...] tratando y desmarañando las conciencias de todo género de estado”. Al mismo tiempo, esta confirmación por su parte atestiguaba que su pluma iba respondiendo de manera rápida y consecuente a las circunstancias que se le iban planteando en la vida.

Liberado de su actividad docente, su vida se centró en el apostolado, al que dedicó la mayor parte de su tiempo, haciéndolo de manera incansable y, curiosamente casi siempre en el ámbito de Navarra, en el que había nacido y se había formado. Debió de ser el motivo de su fama y gran erudición lo que llevó a que durante los años 1685 a 1689 acompañara en su visita pastoral, predicando misiones a Juan Santos de San Pedro, obispo de Pamplona. Casi toda la geografía de Navarra debió conocer en aquellos años la retórica y oratoria del padre Corella. Pero es de suponer que su tarea no debió de reducirse únicamente a la predicación, puesto que acompañar al obispo en la ardua tarea de la visita pastoral implicaría también tareas de consulta y asesoramiento que el ilustre prelado confrontaría con el fraile capuchino.

Poco a poco la fama del capuchino se fue extendiendo, lo que llevó a que, desde lugares significativos de la geografía española, se pidiera su presencia para predicar misiones populares o algunos sermones con motivo de alguna celebración especial. El detalle en sí tiene ya gran importancia, puesto que, entre los capuchinos, sólo estaba permitida la predicación fuera de los límites de la propia provincia religiosa a aquellos que eran más insignes y destacados. Fueron las ciudades de Salamanca, Valladolid, Huesca o Alcalá de Henares las que vibraron con la predicación del capuchino. Un autor anónimo dejó constancia de la sorpresa que causó su oratoria y ciencia en los doctores de la Universidad de Salamanca, el “pasmo de todos los hombres sabios viendo cómo en un joven concurrían todas las prendas de un varón apostólico”.

En gran medida esto venía justificado por el hecho de que el padre Corella estaba profundamente convencido de que se debían predicar sermones fundamentalmente “doctrinales y ordenados al provecho de las almas”, frente a la costumbre de perderse en retóricas vaciadas de contenido. Así en su Práctica del confesonario afirmaba que los sermones “regularmente no son doctrinales sino que se visten de sutilezas, ingeniosidades y metafísicas, que dejan a los oyentes estériles y sin jugo, y aún los más no los entienden”.

Frente a este proceder, él estaba convencido de que “muchísimas veces se logra más fruto con unas palabras sencillas, predicadas con buen celo, intención y afecto, que con otras llenas de elocuencia, fecundidad, arte e industria”, por otra parte, ésta venía siendo la línea propuesta por la legislación capuchina desde algunos años antes, lo que puso al padre Jaime en perfecta sintonía con su orden religiosa.

Con todo, su uso de los recursos propios en la oratoria de la época no era tampoco desdeñable, máxime cuando gozaba de buenas cualidades para los mismos y con ellos lograba captar la atención y fascinación de sus oyentes. En este sentido, se dice que fue él quien introdujo las procesiones de penitencia durante las misiones populares, el autor anónimo refiere que, cuando esto sucedía, “iba con los pies descalzos, con una soga al cuello, corona de espinas a la cabeza, tan apretada que le solía correr mucha sangre, y especialmente llevaba un crucifijo, con el que hacía el acto de contrición así en las misiones como en los demás sermones; este acto no era posible hacerlo con más fervor, si no es que fuese el mismo San Pablo”.

En 1689, ante algunas situaciones delicadas, existentes en la provincia de Castilla, el general envió como visitador al padre Miguel de Santo Domingo, quien escogió como acompañante al padre Jaime. El autor no era desconocido en la Corte; el cronista capuchino de Castilla deja noticia de ello, cuando al describir al padre Corella lo describe como ser “bien conocido por sus escritos y misiones que hizo con grande crédito y fruto en varias partes, aunque iba de visita”. Cuando ya habían comenzado la tarea encomendada falleció el padre Santo Domingo, por lo que Corella regresó a Madrid para continuar con su ministerio de la predicación. Debe coincidir en esta misma época cuando el padre Jaime recibió el nombramiento de predicador real y predicó en la Corte de Carlos II. Según narra Bernardo de Bolonia, gozó de la estima y consideración del mismo Carlos II, quien oyéndole predicar en una semana santa, afirmó que ningún predicador hasta entonces le había movido el corazón como el padre Corella. Todavía tuvo alguna ocasión más para predicar en la Corte, así en 1692 se esperaba su presencia en Madrid para predicar la cuaresma, en uno de los púlpitos más significativos de la villa, el del hospital César Augusto, al mismo tiempo que en la Capilla Real.

Los años se sucedían en su vida en la combinación entre la predicación y la elaboración de sus obras morales.

Su fama era ya conocida en todo el territorio del reino y alcanzaba a todo tipo de gentes. Así, en 1698, aparece en Zaragoza predicando a aquellos que se encontraban presos en la cárcel. En aquella misma ciudad había predicado ya en cuatro cuaresmas; donde “muchos predicadores iban de propósito a apuntar sus sermones como oráculos”. El mismo arzobispo de la seo zaragozana dijo de él que “si predicasen a un tiempo en esta ciudad San Pablo y el padre Corella, con gusto dejaría al padre Corella por oír a san Pablo, pero también a san Pablo por oír al padre Corella”.

Durante la celebración del octavo Capítulo Provincial de Navarra, en 1693, con la presidencia del general, fray Bernardino de Arezzo, Corella fue elegido el 27 de enero para el servicio de provincial. Curiosamente éste se encontraba en Zaragoza dando comienzo a la predicación de la cuaresma en el hospital real, por lo que el general encomendó la tarea del nombramiento de los diversos oficios de la provincia a los definidores o consejeros. Concluido su compromiso de predicación, tomó posesión de su cargo. En este momento contaba treinta y seis años, y era la primera vez que desempeñaba funciones de gobierno; ni siquiera figuraba como discreto, por lo que carecía de voz activa en el propio Capítulo. Con todo, esta circunstancia era totalmente válida para la estructura democrática de elección propia de los capuchinos.

Ante esta circunstancia, el padre Jaime, que llevaba una vida itinerante, tuvo que pasar a participar activamente de la vida conventual regular como primer responsable de la misma. Este período de gobierno debió de resultar una buena experiencia para sus hermanos que, un año y medio más tarde, decidieron reelegirlo para el mismo cargo. Así el 24 de septiembre de 1694 era confirmado en sus funciones y continuó en las mismas hasta mayo de 1696. No hay noticias precisas de estos años de gobierno, sólo algunas referencias dispersas, relativas a nuevas construcciones y a algún proyecto de fundación. Gracias a su actuación, se pudo concluir la iglesia del convento de Fuenterrabía que, aunque había sido fundado en 1663, todavía tenía su templo inconcluso; de igual manera ocurrió con la del de Tafalla. A él se debe también la fundación del convento de Viana, donde había surgido una fuerte polémica años antes con los observantes franciscanos.

Con gran seguridad al logro de la fundación ayudó también la predicación que el padre Jaime llevó a cabo allí en 1696 durante la cuaresma. Todavía en 1698, dos años después de concluir sus tareas de gobierno, continuaba dando respuesta por escrito a cada una de las dificultades que los observantes ponían a la fundación.

En 1697 fue nombrado examinador sinodal del Arzobispado de Zaragoza, lo que da cuenta de la aceptación que seguía teniendo en esta ciudad. Dos años más tarde, en las actas del Capítulo de los capuchinos de Navarra, correspondiente al 27 de mayo de 1699, aparece su nombre junto al de otros tres religiosos que fueron designados como misioneros apostólicos. Después del Capítulo, el padre Jaime debió de ser enviado a residir al convento de Los Arcos, donde falleció inesperadamente el 4 de septiembre de 1699, a la edad de cuarenta y seis años. Con todo, una vida no demasiado larga en años, que supuso una fortísima actividad que debió de ir desgastándole.

La intensa actividad literaria de Corella no se puede comprender ni valorar independientemente de su predicación, aunque en la actualidad es conocido fundamentalmente por su condición de escritor moralista, más que por su talante singular de orador. Sus obras tuvieron una rápida y amplísima difusión, como lo demuestran el gran número de ediciones en diversas lenguas que se realizaron durante su vida y posteriormente.

Su Práctica del confesonario, que estaba escrita en castellano, así como el método sencillo y de diálogo utilizado en la misma, provocaron un impacto significativo en toda Europa. Para la edición española en 1767 se habían realizado ya treinta y cuatro ediciones.

En Italia se multiplicaron también las ediciones, aunque en 1710 y 1712 su obra, en la edición italiana, sería incluida en el Índice, por considerarla demasiado probabilista. Con todo, siguieron viendo la luz más ediciones españolas, portuguesas y la edición latina, que contaría con el nada desdeñable número de cinco ediciones.

Con relación a su Suma de la teología moral, también la aceptación fue muy grande, ya que en esta ocasión se aunaba el tratado de moral en sí, con la atención puesta hacia los directores espirituales, que encontraban en la obra un manual de ascética práctica.

Al mismo tiempo, pensando en aquellos que no tenían una formación filosófica especial, intentó adaptar al estudio de la Teología Moral las nociones fundamentales de la Lógica: definición, división y argumentación.

Resulta imposible determinar el número de ediciones, pues a mediados del siglo xviii se contaban más de cuarenta; muchas de las cuales eran clandestinas y defectuosas. En 1697 el padre Corella sacó una décima edición corregida y aumentada, en la que se lamentaba precisamente de la infinidad de ediciones defectuosas que había conocido ya su obra en un espacio de tiempo tan corto. La obra ocupó un lugar especial en los exámenes que tenían lugar para recibir órdenes sagradas y concursos de parroquias.

Su obra menos difundida fue la Llave del cielo, que alcanzaría hasta siete ediciones. La última en Madrid en 1794, ciento ocho años después de su primera edición.

Con todo, no se puede determinar cuál fue la influencia intelectual que, de manera más precisa, el padre Corella supuso en el entorno de su Orden religiosa, tanto fuera como dentro de España. Aquí sólo se puede suponer que en él se encuentra uno de los grandes pilares de la última etapa del siglo XVII, detalle que vendría corroborado en esos años por el también capuchino y moralista Martín de Torrecilla.

Miguel Anxo Pena González, OFMCap.

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