Los decorados, de los que el novelista había hecho dos bocetos para el segundo acto, se encargaron al más célebre escenógrafo de la época: Luis Muriel. Su importe era de 2.400 pesetas, de las que el propio escritor había adelantado la mitad. Tras el informe favorable del arquitecto municipal, Ricardo Magdalena, el Concejo aprobó el pago a Muriel en sesión de 15 de julio. Destacó sobremanera en pintura al óleo sobre lienzo, realizando obras que fueron muy valoradas por la sociedad burguesa de su época. Sobre todo en bodegones, naturalezas muertas y escenas mitológicas. Sus obras decoran gran parte de los palacetes, teatro y casas señoriales en apogeo a finales del S. XIX.
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