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En los Montes de la Mancha, de José Navarrete, carta prólogo de Alarcón 1879, caza, Toledo, muy raro


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Madrid, Librería de Fernando Fe, 1879. Holandesa con lomo de piel, nervios y tejuelo. 512 páginas. Encuadernación algo rozada. Ejemplar con manchas amarillas del tiempo, unión de las guardas con el lomo algo abierta y con una mancha antigua, pero en general un estado de conservación aceptable. Por otra parte se trata de un ejemplar de gran rareza. No hay ninguno a la venta en estos momentos y sólo se puede conseguir la reedición que se hizo hace algunos años.

Buscando en Internet he encontrado esta reseña en el que habla del contenido del libro y de la rareza de la edición orginal.

Es un placer hablar de este libro cuya edición original (1879), las raras veces que se ha dejado ver, me salió fuera de tiro. Por eso no puedo presumir de poseerla. Por eso, y por su ameno y curioso contenido, considero muy oportuna su reedición. De entrada, un detalle llama la atención: el autor, José Navarrete, no es cazador, aunque, eso sí, familiarizado con las armas. Fue un militar republicano y diputado liberal, y una tardía y desenfadada pluma. “Yo no entiendo una sílaba de caza; es materia en que soy lego”, avisará de inicio sin esconder un enquistado prejuicio: “además, maldita la afición que tengo a tal ejercicio…” Vale para “épatter” aunque no miente. Y no le arropará un prologuista venador sino que involucrará a un escritor de campanillas en la persona de su admirado don Pedro Antonio de Alarcón, que, como Navarrete, se mantuvo en la órbita liberal, tampoco sabía nada de caza y también la detestaba. Ante este panorama resulta comprensible que el lector frunza el entrecejo, pero las dudas se disipan en cuanto uno logra pasar de la inteligente guasa de Alarcón a la graciosa profesión de fe del autor en su papel de cronista de una montería itinerante –durará ocho días– en los montes de la Mancha. Si el lector, insisto, llega hasta ahí, Navarrete le cogerá del brazo y aquel le acompañará, divertido, hasta el final de su aventura literario-venatoria. Fino observador, se mostrará magistral en la descripción de escenarios, de lances y de ambientes, atento a las anécdotas, sutil en el retrato de cuantas personas le salen al paso durante la expedición, así “escopetas blancas” como “escopetas negras”, damas, políticos locales, criados, cabreros o poetas. José Navarrete está dispuesto a dejarse sorprender por lo inesperado o lo insólito, a tumbar un venado si se tercia (sólo uno le glorificará) a trasladar a la libreta sus impresiones. Esta predisposición me hace verle como un improvisado Charles Davillier para la ocasión y, claro está, de corto recorrido. Tal vez no andaban geográficamente tan lejos el uno del otro. El anticuario e hispanista había iniciado “su viaje por España” (título de su célebre libro) en 1862, mientras que nuestro autor vive su experiencia en 1864. Coincidirán en una apreciación que les disgusta: las llanuras inmensas, desnudas y áridas de La Mancha. Navarrete anotará que el botín es parco. Antonio Fernández Tomás recuerda que ya Covarsí sufrió un desencanto en la comarca de Saceruela, prolongación al Oeste de la del Guadiana donde el gaditano y sus amigos dieron las primeras batidas. Añade que “la densidad de reses en ésta época aciaga era mayor en las comarcas más abruptas, como Sierra Morena de Andújar y Montes de Toledo…”

La introducción de Fernández Tomás para esta bella reedición, patrocinada por la Universidad de Castilla-La Mancha, es un soberano ensayo, acorde con la preparación de quien lo firma, en el que son tratados los aspectos sociales, políticos y venatorios –siempre entrelazados– de la convulsa época de Navarrete, o sea, un montón de años que se llevaron dinastías, pronunciamientos, constituciones y varias docenas de ministerios. Señala Fdez. Tomás que “para los aficionados a los libros venatorios, “En los montes de La Mancha” constituye un apreciable testimonio del estado de la montería española en una época en la que son escasos en general, y prácticamente inexistentes en la región manchega…” Tiene toda la razón. Desde 1837, año en que nace, en Cádiz, José Navarrete, y se publica “El Cazador Gallego con escopeta y perro” hasta el libro que nos ocupa, con los antecedentes inmediatos de “Manual del cazador” (1872) el apócrifo L. Renard esconde a Manuel Saurí, “La caza de la perdiz con escopeta, al vuelo y con perro de muestra” (1877) del mismo Saurí y “Recuerdos de Caza” (1876) del barón de Cortes, amigo, por cierto, de Navarrete, la caza mayor disfruta de escasa atención. En medio ni Gutiérrez/Hidalgo (1845), ni Tenorio (1843), algo más Albentos (1862), llenarán el vacío que se produce de más atrás, Arellano incluído. ¿O acaso desde Mateos? El libro de Navarrete ofrece, pues, un importante efecto reparador. Me hubiera gustado analizar la edición original que nace en una época en que la imprenta se pone a la misma altura que la demanda de los lectores y escritores. Otra cosa es la forma de editar los libros. A “Los montes de La Mancha” le presupongo por la portada –igual me equivoco– un contenido tipográficamente pobre y convencional. De todos modos los editores gozaban, y gozarían, de prestigio. Me refiero a padre y hermanos Fé con librería en Madrid y Sevilla. En 1910 les volvemos a ver con ocasión de la reedición conjunta de “La caza de la perdiz con reclamo macho y hembra” y “Arte general de cacerías y monterías”. Muerto el padre, ya era cosa de los dos hermanos. En cambio, nadie pudo averiguar cuándo murió José Navarrete a quien, teóricamente, aún le quedaba cuerda. Pero si no volvió a coger la pluma es que la Parca no tardó en darle un guadañazo.

avatar elbarcodepapel
Vom 04/03/2013
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