Óleo realizado por José Bonilla. Medidas 80 cm * 50 cm. Bodegón.
Pintor nacido en Vélez Malaga. Encontramos dos etapas muy diferenciadas en la pintura de Pepe Bonilla: la primera corresponde a las décadas de los años 70 y 80, en la que manifiesta una rebeldía y un compromiso con la época que está viviendo. Etapa influenciada por el planteamiento del pintor irlandés Francis Bacón que expone a la figura humana, expuesta y vulnerable, deformada y mutilada; logra así expresar “la soledad, la violencia y la degradación humana”. Pero, a diferencia de Bacón, nuestro pintor Pepe Bonilla se interroga, lo hace desde el alma, y sus cuerpos en movimientos o desgarrados son expresiones de búsquedas de respuestas existencialistas; lo logra, advirtiendo el peligro que supone que el hombre se devore a sí mismo.
En la segunda etapa, a partir de la década de los 90, comienza una nueva trayectoria, y la búsqueda existencial del ser humano encuentra el camino del asceta; aparece el hombre que quiere dialogar con la divinidad. Sus cuadros recogen toda la trayectoria religiosa de la tradición pictórica, desde la pintura flamenca hasta nuestro siglo de oro. Influenciado por la pintura flamenca, la cual no se limita a pintar la caída de la luz sobre las sombras, sino de los efectos que produce la luz sobre el paisaje y la distancia. Nuestro artista Pepe Bonilla, tan acertadamente, trae la luz desde la penumbra y hace aparecer la imagen con un halo de misticismo. La composición del cuadro mantiene la estructura geométrica triangular, concepción que refuerza la simbología de la divinidad. La cromática refuerza la luz, en una composición de amarillo, ocre y rojo, con un fondo de penumbra tan bien trabajado que realza la figura y el efecto del misticismo del cuadro. Este trabajo, de los fondos también elaborados, muestra la influencia del pintor religioso Sánchez Cotán, que vemos en sus bodegones y en sus cuadros, por el efecto de tenebrismo