Óleo y collage sobre cartón.
Medidas: 46 x 37 cm
Se adjunta el certificado de autenticidad.
Obra del reconocido autor Gabriel Martín Roig, nacido en Palamós (España) el 1970. Licenciado en Bellas Artes por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, Máster en Museología y gestión de patrimonio artístico y Curso de Doctorado “El paisaje del siglo XX” en la Universidad de Barcelona y Comisario de exposiciones de arte contemporáneo del programa de la Fundación “La Caixa” de Barcelona. Su obra ha sido seleccionada para diversas muestras de arte contemporáneo y ha expuesto en diversas galerías nacionales e internacionales. Es uno de los mayores especialistas en técnicas pictóricas e España donde ha publicado unos 180 libros traducidos en más de 20 idiomas y que hoy se venden en todo el mundo. Desde hace unos años compagina la docencia en el Atelier d’Art d’Isabelle de Kergal de Barcelona con la creación de una pintura muy personal y llamativa.
Esta obra pertenece a una serie de pinturas que representan figuras de jóvenes desnudas que comparten el acto de contemplarse en un espejo, un símbolo universal de la autorreflexión y la belleza. Pero mientras que las Venus de Rubens o Velázquez son idealizadas y creadas a través de la visión del artista, el selfie es una expresión de la propia percepción de la joven, un acto de autoconcepción inmediato. Esto plantea la cuestión de quién controla la narrativa de la propia imagen. En las obras clásicas, la mujer se representaba a través de la mirada masculina; en el selfie, el control aparentemente regresa al individuo, en este caso una mujer, pero con la influencia de los estándares de belleza contemporáneos y la presión social.
El espejo de un baño o dormitorio—un espacio íntimo y privado—se convierte en una ventana al mundo y se transforma en una reflexión poderosa sobre la transformación del espacio personal en público mediante la tecnología. El espejo, tradicionalmente vinculado a la intimidad, se convierte en un puente hacia el exterior a través del dispositivo tecnológico (el móvil) y las redes sociales. En este sentido, la autocontemplación desnuda ya no es solo un acto privado; es un escenario potencial para la exhibición pública. El espejo y el teléfono forman parte de un sistema tecnológico que captura y difunde la imagen. El cuerpo desnudo es el objeto central de la imagen, pero el rostro, como símbolo de la identidad personal y el reconocimiento, desaparece detrás del móvil. Esto refleja una dicotomía: el cuerpo se expone como un producto para ser visto y consumido, mientras que la identidad queda deliberadamente oculta.
El teléfono móvil, que oculta el rostro, actúa como un escudo simbólico que no solo protege la identidad, sino que también permite el control total sobre cómo y qué se muestra. Al ocultar el rostro, la joven transforma su imagen en un ícono anónimo o universalizado. Esto refleja un fenómeno propio de la cultura digital: la creación de una identidad fragmentada, donde algunas partes del yo se exponen al mundo, pero otras permanecen protegidas o escondidas.
Esta dualidad entre mostrar y ocultar, entre ofrecer intimidad y preservar la identidad, pone de manifiesto un fenómeno único de la modernidad: el ser humano como creador y guardián de su propia imagen, donde cada acto de exposición pública está equilibrado por un gesto de protección personal.
Esto nos lleva a cuestionar hasta qué punto la tecnología modifica nuestra percepción de nosotros mismos y cómo elimina o redibuja los límites entre lo que antes era íntimo e inaccesible y lo que ahora es compartido y abierto a la mirada de otros. Todo esto nos invita a reflexionar sobre cómo han cambiado los paradigmas de la autorrepresentación y el sentido de la privacidad en relación con el propio cuerpo durante el primer cuarto del siglo XXI.