Escribanía de bronce para despacho. Dos recipientes para la tinta y un tercero, con orificios en la parte superior, en cuyo interior se echaba una especie de arenilla negra que servía para secar la tinta -se le llamaban polvos de cartas- que, una vez finalizado el escrito, se esparcían sobre la escritura. Este utensilio recibe el nombre de salvadera.