Hortense, en su refugio, lleva un diario íntimo donde relata lo difícil que es ser una entre cinco, especialmente cuando esas cinco son: Charlie, que quiere arreglarlo todo en Vill'Hervé y controlar los gastos en lugar de casarse con Basile, el médico, vivir a su costa y celebrar la Navidad con foie gras; Geneviève, que miente cuando nunca miente; Bettina, que es odiosa con los seres más sensibles del universo, es decir, ella, Hortense, y Merlin Gillespie, el repartidor mágico de Nanouk Surgelés, muy, muy feo por fuera, pero muy, muy guapo por dentro; y Enid, que mantiene conversaciones inconexas con su amigo Gnomo de la Cisterna. Hortense se pregunta qué va a ser de ella. ¿Arquitecta de monumentos eternos? ¿Zuleika Lester, de la telenovela Cooper Lane? ¿Cirujana de enfermedades incurables? ¿Y si fuera actriz? Una idea loca, completamente Saint-Pierre-et-Miquelon, como diría Muguette, la inquilina enferma de la casa vecina. Hortense sabe que para ser actriz se necesita presencia, voz, memoria, pero sobre todo entrenamiento. Así que cierra su diario, abandona su refugio y se lanza.